A pesar de las innumerables investigaciones al respecto, seguimos creyendo en la popular frase de Pascal “el corazón tiene razones que la razón no entiende” y no seré yo quien lo discuta, simplemente diré, que hoy por hoy, tenemos datos suficientes para comprender muchas de las razones del corazón y como no podría ser de otro modo, se encuentran en nuestro cerebro.
En ocasiones, nos metemos en relaciones con personas que sabemos que no nos conducirán a nada y no entendemos por qué, una y otra vez tropezamos con la misma piedra y no podemos evitarlo.
El amor no es un sentimiento que se genere de la nada, aparece tras una reacción de nuestra mente ante la presencia de otra persona. Mucho antes de que el amor llame a nuestra puerta, entre los 5 y 8 años de edad, formamos un mapa mental con los rasgos fundamentales de la que será nuestra pareja ideal. Según Money, este mapa lo construimos como resultado de asociaciones con familiares, amigos, experiencias y hechos fortuitos que nos hará fijarnos en una persona y no en otra.
Para elegir a la “persona amada”, además del mapa mental, nuestro cerebro captará las feromonas (sustancias volátiles que liberamos por los poros de nuestra piel), emitidas por otros, a través del órgano vomeronasal de la nariz, clasificándolas de atractivas o repulsivas. Lo que condicionará nuestra conducta de aproximación o alejamiento en la elección de nuestro compañero erótico. Una vez que nos encontremos ante ese individuo que se ajusta a la imagen de “persona ideal” que tenemos y nos atrae, seremos capaces de desearle eróticamente debido a la influencia que la testosterona (hormona que las mujeres también producen) ejerce en nuestro cerebro.
Entonces, si nos encontramos ante alguien con los rasgos esenciales de lo que consideramos nuestra “persona ideal”, nos atrae eróticamente, le deseamos y nos corresponde, nuestro organismo entrará en ebullición, el cerebro se inundará de Feniletilamina (una potente droga cerebral, semejante a la anfetamina) y segregará dopamina, norepinefrina y oxitocina. Estos neurotransmisores serán los encargados de originar esa enajenación mental que todos alguna vez hemos vivido, el enamoramiento, con sus síntomas: alteración del pulso, palpitaciones, euforia, distorsión perceptiva, incremento del atrevimiento… Pero con el tiempo el organismo se irá haciendo resistente a los efectos de estas sustancias y la pasión se desvanecerá gradualmente, dando paso a un amor más sosegado, basado en el cariño que sostendrá a la pareja más allá de la exaltación, asociado a las endorfinas que confieren la sensación de seguridad.
Por otro lado, de pequeños aprendemos a sentirnos con nosotros mismos y con el mundo del modo en que nuestros padres o adultos que nos rodeaban nos trataban. Si vivimos con personas infelices, asustadas, culpables, agresivas… habremos integrado “esa imagen” de nosotros mismos y del mundo. Y cuando crecemos, tendemos a generar aquel ambiente emocional que vivimos en nuestra infancia, recreando la relación que teníamos con nuestra madre, padre o la que tenían entre ellos con nuestras parejas. Nos tratamos a nosotros mismos tal y como nos trataban de pequeños. Nos regañamos, castigamos, amamos, animamos… de la misma forma. Y tratamos a nuestra pareja como nos tratamos a nosotros mismos. Pero a pesar de esto, nuestros padres no tienen “la culpa”, no podían enseñarnos algo que no sabían, nos mostraban aquello que habían aprendido.
Enamoramiento: la historia se repite
Es por éstas y alguna otra razón, como la influencia que ejerce nuestra cultura, que en ocasiones, una y otra vez, tropezamos con aquella persona con la que la historia se repite.
AUTORA: Ana Adán, psicóloga, sexóloga – Co-directora de Tú-yo Psicólogos.