La navidad es una época del año cada vez más controvertida por varios motivos. Para empezar, el modo en que el sistema capitalista ha explotado hasta la saciedad el tirón navideño ha generado profunda repulsa en muchas personas que optan por el desarrollo sostenible y el uso racional de los recursos. Por otro lado es, como sabemos, una fiesta cuyo origen de carácter religioso viene encontrándose con impulsos de secularización que reclaman la navidad como una festividad para todos en la que el elemento religioso puede estar presente pero no es imprescindible.
Prescindiendo del elemento consumista (regalos, cenas pantagruélicas, etc.) y una vez eliminado el carácter religioso del centro de la ecuación nos podríamos preguntar cuál es el “espíritu” de la navidad y las respuestas seguirían siendo polémicas.
De entrada, lo que se puede ver más claramente es que la navidad es un momento del año en el que es “obligatorio” ser feliz.
Por otro lado es una época en la que debemos querer a nuestros familiares y desear pasar tiempo con ellos.
El espíritu navideño moderno puede resumirse en sentirse feliz y reunirse con la familia.
Si uno está en un buen momento de su vida y tiene unas relaciones aceptables con sus familiares no debería tener ningún problema con el espíritu navideño. Pero… ¿Y si no es así?.
Cuando uno está triste y le dicen que “debe” ser feliz entonces inicialmente lo normal es que comience un proceso emocional en el que domina la culpa, al menos a corto plazo. Lo normal, a largo plazo, es que la culpa se vea sustituida por la ira. El rechazo frontal hacia aquello que nos hace sentir culpables e inadecuados.
Todo esto está provocando un gran movimiento “antinavideño” a través del cual muchas personas dicen sin tapujos que odian la navidad. Como el Grinch critican todo lo que sea navideño. A veces este rechazo es simplemente una búsqueda de atención o una forma de molestar a los acérrimos y muy abundantes seguidores de la fiesta. Sin embargo, en muchas personas existe un rechazo más profundo que puede llegar a ser dañino. Es una defensa al final del día. No deseamos que nos exijan felicidad. Este movimiento antinavideño es en el fondo un abandono de la filosofía de la positividad obligatoria.
Esta idea de la felicidad, como un ideal posible de alcanzar y al que todos debemos aspirar, ha corroído intensamente nuestra sociedad postmoderna, ansiosa de referentes y ha hecho un gran daño a aquellas personas que conviven con dificultad con la tristeza, la angustia, el miedo o la ira. La dictadura de la felicidad es peligrosa y que la navidad esté intrínsecamente entrelazada con ella es muy contraproducente y no hará más que sumar más y más adeptos al camino del Grinch.
Conectar con nosotros mismos y actuar de forma coherente
Por eso es importante tomar distancia de los mandatos que nos llegan estos días, conectar con nosotros mismos y actuar de forma coherente con nuestro espíritu navideño, sea el que sea. Es fundamental decir que es legítimo no aguantar a algunos familiares (¡incluso a todos en casos extremos!) y que, en definitiva, no pasa nada por estar triste en navidad.